Ahora que el tema es la sequia en el norte del país y las lluvias atípicas en el pacifico mexicano me llego a la memoria un capitulo del libro "Misterios de la Vida Diaria" de Jorge Ibargüengoitia en el que nos relata de forma cómica y a la vez critica el papel de los santos y las supersticiones en el campesinado mexicano.
Ibargüengoitia es uno de los grandes autores mexicanos olvidados, un cronista del México de los sesentas y setentas, murió el 27 de noviembre de 1983 en un accidente aéreo.
Ibargüengoitia es uno de los grandes autores mexicanos olvidados, un cronista del México de los sesentas y setentas, murió el 27 de noviembre de 1983 en un accidente aéreo.
PREJUICIOS METEREOLOGICOS
En San Roque, el rancho donde yo viví, San José es un santo peligroso, inestable, algo aventurero. En sus manos está la suerte del trigo. Cerca del 19 de Marzo, dice la tradición, cae la última helada. Si ese día amanece sin helar, ya se salvó la cosecha, si hiela merma. Si en vez de helar se nubla la misma tradición afirma que tras el nublado de marzo llega el chahuiztle, no tiene remedio.
Lo mismo da que la helada o el nublado caigan el 18 de marzo – día de la Expropiación Petrolera –, el 20 –día de San Cutberto–, o el 21 –Día de Juárez y a veces entrada de la primavera–, lo que vale allí es San José y el 19. Si el fenómeno ocurre antes, es porque se adelanto, si ocurre después, es porque se atrasó, es la Helada o el Nublado de San José, nunca del Petróleo o de Benito Juárez.
En materia de heladas, en el otro extremos del calendario está San Miguel Arcángel, el 29 de Septiembre. Ése es el encargado de mandar la primera, que tiene efectos desastrosos para el maíz. Afortunadamente, San Miguel es, aparte de poderosísimo, un santo benévolo que por lo general se conforma con echar unos aguaceros. Nótese que en esa región nadie habla de cordonazos de San Francisco a pesar de hacer sido zona Franciscana.
Otros santos agricultores son San Juan –Chubasco y baño obligado– cuya festividad cae el día en que amarran las lluvias y San Roque, que es Santo Patrón de la región y que tiene la ventaja de festejarse el 16 de agosto, época en la que las lluvias se vuelven necesarísimas y en años resecos tienden a desaparecer. En esos años la gente se desespera y saca la imagen al campo con esperanza de que vuelvan las lluvias.
Otro santo bueno es San Antonio, que manda a veces el agua temprana –13 de Junio– pero no es muy venerado porque no se sabe que haya producido algún daño y por esta razón tiende a ser pasado por alto. De esto se deduce que está región en la que el que no tiene modo de perjudicar, no tiene nada.
Otra de las festividades importantes del año cae el dos de febrero, fiesta de la Candelaria. Ese día se sacan del almácigo las plantas de jitomate, de sandia y de melón y se van colocando en surcos abiertos de antemano y repletos de agua rodada. Ese día también se siembra chayote y si quiere uno podar algo, ése es el día indicado.
Todo esto que he dicho son creencias que se están muriendo y que empiezan a ya no tener sentido. Por ejemplo, las nuevas semillas de trigo tiene un ciclo vegetativo más corto, inventado especialmente para burlar a San José.
El humor de los santos determinaba el clima y los fenómenos atmosféricos. Su voluntad era, como quien dice, el orden cósmico. Pero no eran el único factor que intervenía en la suerte de las cosechas. Había otro más complicado, pero igual de importante, que era la personalidad –y la voluntad propia– que tenía cada planta.
Por ejemplo, el trigo era una planta que tiene raíz extendida y relativamente superficial. A eso se debe que requiera ser regada con relativa frecuencia. Al hablarme de esto, Rosario, uno de los campesinos más viejos, me explicaba:
–El garbanzo, en cambio, es muy diferente, ése es re vivo. No se queda afuera, se va al fondo, buscando el agua.
En efecto, no hay que regarlo. Para Rosario, el garbanzo es una planta muy superior al trigo, por ser más inteligente. Para Rosario nada más porque el trigo es más rendidor.
En San Roque no se daba bien el frijol. Se sembraba, germinaba, brotaba la planta, se llenaba de hongos y se moría sin ningún fruto.
–Es que a esta tierra no le gusta el frijol –decían los campesinos, en vez de echar fungicidas o de mejorar el drenaje.
Los motores también tenían personalidad, sobre todo cuando se descomponían.
– Cuando empieza a toser – me decían– es señal de que quiere más yerba.
La yerba es la tractolina.
Jorge Ibargüengoitia, 1972