Escrita en el año 2003
Querido Che:
Pasaron muchos años desde que la
CIA te asesinó en las selvas de Bolivia, el 8 de octubre de 1967. Tú tenías,
entonces, 39 años de edad. Pensaban tus verdugos que al enterrar balas en tu
cuerpo -después de que te capturaron vivo- condenarían tu memoria al olvido.
Ignoraban que, al contrario de lo que ocurre con los egoístas, los altruistas
jamás mueren. Los sueños libertarios no pueden confinarse en jaulas como
pájaros domesticados. La estrella de tu boina brilla más fuerte, la fuerza de
tus ojos guía generaciones por las veredas de la justicia, tu semblante sereno
y firme inspira confianza en los que combaten por la libertad. Tu espíritu
trasciende las fronteras de Argentina, Cuba y Bolivia y, llama ardiente, aún
hoy inflama el corazón de muchos.
Cambios radicales ocurrieron en
estos 36 años. El Muro de Berlín cayó y enterró el socialismo europeo. Muchos
de nosotros sólo ahora comprendemos tu osadía al señalar, en Argel -en 1962-,
las grietas en las murallas del Kremlin, que nos parecían tan sólidas. La historia
es un río veloz que fluye sin ahorrarse obstáculos. El socialismo europeo
intentó congelar las aguas del río con el burocratismo, el autoritarismo, la
incapacidad de extender a lo cotidiano el avance tecnológico auspiciado por la
carrera espacial y, sobre todo, se revistió de una racionalidad economicista
que no sentaba sus raíces en la educación subjetiva de los sujetos históricos:
los trabajadores.
Quién sabe si la historia del
socialismo no sería otra hoy si hubiesen prestado oídos a tus palabras:
"El Estado a veces se equivoca. Cuando ocurre una de esas equivocaciones,
se percibe una disminución en el entusiasmo colectivo debido a una reducción
cualitativa de cada uno de los elementos que lo forman y el trabajo se paraliza
hasta quedar reducido a magnitudes insignificantes: es el momento de
rectificar".
Che, muchos de tus recelos se
confirmaron a lo largo de estos años y contribuyeron al fracaso de nuestros
movimientos de liberación. No te oímos lo suficiente. Desde Africa, en 1965,
escribiste a Carlos Quijano -del semanario Marcha, de Montevideo-: "Déjeme
decirle, con el riesgo de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario
está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un
revolucionario auténtico sin esa cualidad".
Algunos de nosotros, Che,
abandonamos el amor por los pobres que, hoy, se multiplican en la patria grande
latinoamericana y en el mundo. Dejamos de guiarnos por los grandes sentimientos
de amor para ser absorbidos por estériles disputas partidarias y, a veces,
hicimos de amigos enemigos, y de los verdaderos enemigos, aliados. Minados por
la vanidad y por disputar espacios políticos, ya no traemos el corazón
encendido por las ideas de justicia. Ensordecimos ante los clamores del pueblo
y perdimos la humildad del trabajo de base y, ahora, esbozamos vagas utopías
para juntar votos.
Cuando el amor se enfría, el
entusiasmo disminuye su pasión y la dedicación decae. La causa, como pasión,
desaparece, al igual que el romance entre una pareja que ya no se ama. Lo que
era "nuestro" suena como "mío" y las seducciones del
capitalismo minan los principios, transmutan valores, y si aún proseguimos en
la lucha es porque la estética del poder ejerce mayor fascinación que la ética
de servicio.
Tu corazón, Che, latía al ritmo
de todos los pueblos oprimidos y expoliados. Peregrinaste de Argentina a
Guatemala, de Guatemala a México, de México a Cuba, de Cuba al Congo, del Congo
a Bolivia. Saliste todo el tiempo de ti mismo, incandescente por el amor que,
en tu vida, se traducía en liberación. Por eso podías afirmar con autoridad que
"es preciso tener una gran dosis de humanidad, de sentido de justicia y de
verdad para no caer en extremos dogmáticos, en escolastismos fríos, en el
aislamiento de las masas. Todos los días es necesario luchar para que este amor
por la humanidad viva se transforme en hechos concretos, en gestos que sirvan
de ejemplo, de movilización".
¡Cuántas veces, Che, nuestra
dosis de humanidad se resecó calcinada por dogmatismos que nos inflaron de
certezas y nos dejaron vacíos de sensibilidad sobre los dramas de los
condenados de la Tierra! ¡Cuántas veces nuestro sentido de la justicia se
perdió en escolasticismos fríos que proferían sentencias implacables y
proclamaban juicios infamantes! ¡ Cuántas veces nuestro sentido de la verdad se
cristalizó en un ejercicio de autoridad, sin que correspondiésemos a los
anhelos de los que sueñan con un pedazo de pan, de tierra o de alegría!
Tú nos enseñaste un día que el
ser humano es el "actor de ese extraño y apasionante drama que es la
construcción del socialismo, en su doble existencia de ser único y miembro de
la comunidad". Y que éste no es "un producto ya acabado. Los defectos
del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que
emprender un continuo trabajo para erradicarlos". Quizá ocurra que nos ha
faltado subrayar con más énfasis los valores morales, los estímulos subjetivos,
las ansiedades espirituales. Con tu agudo sentido crítico cuidaste de
advertirnos que "el socialismo es joven y tiene errores. Los
revolucionarios carecen, muchas veces, de conocimientos y de la audacia
intelectual necesarios para encarar la tarea de desarrollo del hombre nuevo por
métodos distintos a los convencionales, pues los métodos convencionales sufren
sometidos a la influencia de quien los creó".
A pesar de tantas derrotas y
errores, tuvimos conquistas importantes a lo largo de estos 30 años.
Movimientos populares irrumpieron en todo el continente. Hoy, en muchos países,
están mejor organizados las mujeres, los campesinos, los trabajadores, los
indios y los negros. Entre los cristianos, una parte sustancial tomó la opción
por los pobres y engendró la teología de la liberación. Extrajimos
considerables lecciones de las guerrillas urbanas de los años 60, de la breve gestión
popular de Salvador Allende, del gobierno democrático de Maurice Bishop, en
Granada -masacrada por las tropas de Estados Unidos-, del ascenso y caída de la
revolución sandinista; de la lucha del pueblo de El Salvador. En Brasil, el
Partido de los Trabajadores llegó al gobierno con la elección de Lula; en
Guatemala, las presiones indígenas conquistaron espacios significativos; en
México, los zapatistas de Chiapas impusieron un nudo a la política neoliberal.
Hay mucho por hacer, querido Che.
Preservamos con cariño tus mayores herencias: el espíritu internacionalista y
la revolución cubana. Una y otra cosa hoy se intercalan como un solo símbolo.
Comandada por Fidel, la revolución cubana resiste el bloqueo imperialista, la
caída de la Unión Soviética, la escasez de petróleo, los medios que intentan
satanizarla. Resiste con toda su riqueza de amor y humor, salsa y merengue,
defensa de la patria y valoración de la vida. Atenta a tu voz, desencadena el
proceso de rectificación, consciente de los errores cometidos y empeñada
-atendiendo las dificultades actuales- en volver realidad el sueño de una
sociedad donde la libertad de uno sea la condición de justicia del otro.
Desde donde estás, Che,
bendícenos a los que comulgamos con tus ideas y tus esperanzas. Bendice también
a los que se cansaron, se aburguesaron o hicieron de la lucha una profesión en
beneficio propio. Bendice a los que tienen vergüenza de confesarse de izquierda
y de declararse socialistas. Bendice a los dirigentes políticos que, una vez
que dejaron sus cargos, nunca más visitaron una favela o apoyaron una
movilización. Bendice a las mujeres que, en casa, descubrieron que sus
compañeros eran lo contrario de lo que proclamaban afuera, y también a los
hombres que luchan por vencer el machismo que los domina.
Bendice a todos los que, frente a
tantas miserias que debemos erradicar de nuestra existencia, sabemos que no nos
queda otra posibilidad que convertir corazones y mentes para revolucionar
sociedades y continentes. Sobre todo, bendícenos para que, todos los días,
seamos motivados por grandes sentimientos de amor, a modo de tomar el fruto del
hombre y de la mujer nuevos.
Fray Betto*
Traducción: Rubén Montedónico
* Frei Betto es escritor, autor, en sociedad con Emir Sader, de Contraversiones. Civilización o barbarie en el cambio de siglo (Ed. Boitempo), entre otros libros.