febrero 09, 2011

CARTA A UNA MADRE


Este es un escrito de un amigo llamado Aztlán Contreras para su madre (Q.E.P.D).

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HOLA

Había escuchado con anterioridad algunos rumores acerca de que los muertos a media noche salen a estirarse y tronar los huesos de la espalda, a relajarse de la chamba diaria de ser muertos, a platicar y asustar a los transeúntes. Pues si, hoy lo comprobé; fui al panteón Hidalgo hace tres horas. Tuve una charla amena con mi madre, la primera plática después de un poco más del año y medio. Lucía fresca, alegre; me alegró verla así.

Le platiqué que ya no visto blanco, que la Coca Cola ya no se bebe en casa, que ya no escucho la música que solía poner en el dvd/tocadiscos, que ya no soy chico hogareño que se queda en el sillón un viernes por la noche mientras los cuates se emborrachan de felicidad, que la escuela me importa poco; le confesé que lo que escribía por las noches no era tarea como le decía, sino cuentos porque agarré el gusto de escribir, que el deseo que ella tenía de ver a los cuatro hermanos juntos y platicando sólo se dio en la segunda noche del velorio, que ya perdimos el rastro de Pilar y su hijo, que estoy perdiendo el rastro de Toño, que sé nada del hermano que vive en Ensenada, que el otro ya está casado y el mayor sigue sumergido en los vídeo juegos. Que el ambiente en casa es tenso aún cuando sólo estamos tres, que dejé de beber por más de un año leche con chocolate porque a mí no me salía como a ella; que el jardín es enorme y con muchísimas plantas y flores, pero sólo crecen porque le echan agua todos los días y no porque realmente las quieran, que aún batallo con el cabello pero ya no tanto, que ya uso pantalones de mezclilla, que te conocí y soy muy feliz, que prefiero llegar lo más tarde a casa, que ya no me duermo a las diez de la noche, que a veces despertaba llorando porque aparecía en sueños, que las palabras se me están olvidando y hablo y redacto descoordinado, que ya crecí y ya mero soy mayor de edad, que tengo planes y pienso hacerlos, que no seré como ellos, que ya no uso guaraches, que a cada rato quiero gritarle y mandarlo al caraxo, que soy libre desde que se fue pero que muy en el fondo estaba muy cómodo como antes.

Al principio no me reconoció, tuve que recordarle quién era, pues ahora soy más delgado, alto y con cabello largo; de hecho me confundió con una mujer como suele hacer la gente.

Le llevé una rosa, esa flor que tanto le gusta, la tomé del jardín que ya no le pertenece. Al instante la desechó porque se percató que son rosas comunes y corrientes, no las que ella cuidaba.

Me dolió platicarle todo, la sonrisa que esbozaba fue borrada paulatinamente conforme avanzaba con mi narración. Algunas cosas le gustaron, como el casamiento de mi hermano; otras cosas no le parecieron, por ejemplo yo...




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