enero 27, 2013

REFLEXIÓN SOBRE FLORENCE CASSEZ




Por: José Alberto Raygoza Mendiola/
Estudiante de Ciencia Política UAN 

Un tema que ha generado cataclismo en la sociedad mexicana es precisamente el fallo que dictaminó la suprema Corte de  Justicia de la Nación el pasado miércoles 23 de Enero del año en curso, el cual tuvo como objeto la inmediata liberación de una ciudadana de origen francés de nombre Florence Marie Louise Cassez acusada de secuestro el 9 de diciembre del 2005 y sentenciada en 2009 a 60 años de cárcel por tal delito. La jueza Olga Sánchez Cordero que es quien llevo el caso de Florence Cassez argumento su “libertad absoluta e inmediata” con el argumento de que el procedimiento desde su detención estuvo manchado de violaciones a sus derechos.

Las irregularidades a la que la Jueza se refería junto con los magistrados Arturo Zaldivar y Alfredo Gutiérrez quienes votaron a favor del fallo, versan en que la Agencia Federal de Investigación (AFI) autoridad que ejecutó la detención, fabricó un supuesto arresto en el rancho “Las Chinitas”, ubicado en Topilejo, delegación Tlalpan del estado de México, esto con el propósito de convocar a los medios de comunicación y así estos pudieran presenciar la detención de los secuestradores, “en vivo”. Sin embargo el expediente de la acusada así como el reporte que presentó la Agencia Federal de Investigación ante el ministerio público correspondiente, señala que la detención de Florence Cassez fue cuando viajaba en un vehículo junto con otra persona de nombre Israel Vallarta, varias horas antes a la obra mediática que elaboraron las autoridades, donde dicho sea de paso la francesa en su declaración ministerial el mismo día de su detención declaró que:

“Quiero agregar que cuando estuvimos dentro del cuarto del Rancho Las Chinitas, una persona que vestía traje, ojos azules y de cabello lacio y negro… me dijo que iba a llegar la televisión y que cuando ellos lo manifestaran yo tenía que hablar, que yo sabía de todo este asunto, dándome un golpe en la cabeza y jalándome los cabellos, hechos que quiero denunciar ante esta autoridad cometidos en mi contra”.

(Justicia en México)De acuerdo a la Subprocuraduría Especializada de Investigación en Delincuencia Organizada. (SIDECO). Israel Vallarta manifestó ser parte de la banda secuestradora denominada “Los Zodiacos” mientras que Florence Cassez sólo decía  que era pareja sentimental de Israel, pero que no tenía nada que ver con la banda de secuestradores. Ambos vivían en el rancho “Las Chinitas”, lugar donde se encontraban secuestradas por lo cual fue detenida la banda delictiva. Entre las pertenecías que se aseguraron de la Francesa se encontró una ficha de deposito del Banco de Banamex al número de tarjeta 44154500728779898 a nombre de Florence Marie Louise Cassez, con un importe de $50,000.00

De acuerdo a la declaración de Cristina y Ezequiel quienes fueron secuestrados por los Zodiacos, reconocen la voz de la francesa durante su cautiverio. Sin pretender manifestar una postura personal, expondré de acuerdo a lo expuesto en los párrafos anteriores dos dimensiones; una para justificar la liberación de Florence y otra para cuestionarla. Iniciare por justificarlo; el hecho de tener algún tipo de relación personal con un sujeto el cual es un delincuente, no te hace culpable o parte del delito al que se le adjudica al susodicho, así lo marca la ley en México al respecta la frase ¡soy inocente hasta que se me compruebe todo lo contrario! 

Ejemplos como este ocurren comúnmente cuando varias personas son detenidas por alguna autoridad, pero uno de ellos carga droga en su bolsillo sin que los demás lo sepan ni estén relacionados en ello, aunque la persona con la droga señale a sus compañeros como parte de, no pueden ser procesados penalmente de la misma forma que el delincuente sólo por que él lo dice, Posiblemente serán detenidos todos, mientras realizan las investigaciones, más sin embargo sólo aquella persona que fue capturada con droga tendrá un correspondiente proceso penal. Habrá que señalar que desgraciadamente en México nuestro sistema penitenciario y de impartición de justicia se caracteriza por prácticas corporativistas y clientelares muy marcadas.

Para plantear la dimensión para cuestionar la liberación de Cassez, iniciare por escribir una frase que viene al caso ¡Tanto peca quien mata la vaca como el que le agarra la pata! Hay evidencia tal, para señalar a Florence como parte de la banda secuestradora, por que desde el momento en que ella sabia de los secuestrados y no lo denunciaba automáticamente la hacia cómplice, por el hecho que a ella vivía en el domicilios donde se encontraban los secuestrados.

El escenario ficticio que organizo el la Policía Federal para que los medios presenciaran en vivo la captura de los “Los Zodiacos” y el rescate de los secuestrados sin duda lo reprimo fehacientemente, y estoy de acuerdo en que se atropellaron derechos tanto de Florence como de Vallarte su pareja. Pero esto sin duda alguna suprime el castigo de pena corporal de los implicados en la banda secuestradora, en todo caso Genaro García Luna director de la entonces (AFI) tenia que rendir cuentas por exponer y violar los derechos de los acusados.  

Mucho de los presidiarios que se encuentran en las cárceles de México, son sentenciados por situaciones hasta mi punto de vista, ¡irracional! Por ejemplo; un preso que esta purgando una condena de 5 o mas años por haber sido sorprendido fumando marihuana y no tener dinero para su fianza, por defenderte a golpes de una persona la cual te ataco, pero te encierran porque la persona que inicio la querella salió lastimada del encuentro. Así podríamos enumerar un sinfín de casos los cuales parecerían pueriles a lado del caso de Florence. Consideró y no se requiere intelecto para hacerlo, que la liberación de Cassez, se encuentra justificada y orientada en la pre-ponderación para estimular y reactivar las relaciones políticas-económicas, que representaba dicha osadía.   
        

Fuentes:

El universal, (2013)” Es liberada Florence Cassez jueves, 24 de enero de 2013, México. D.F.  VISTO EN;




enero 24, 2013

CREDO DEL CHE - DALTON (POEMAS AL CHE)



CREDO DEL CHE
Roque Dalton (El Salvador)

El Ché Jesucristo
fue hecho prisionero
después de concluir su sermón en la montaña
(con fondo de tableteo de ametralladoras)
por rangers bolivianos y judíos
comandados por jefes yankees-romanos.

Lo condenaron los escribas y fariseos revisionistas
cuyo portavoz fue Caifás Monje
mientras Poncio Barrientos trataba de lavarse las manos
hablando en inglés militar
sobre las espaldas del pueblo que mascaba hojas de coca
sin siquiera tener la alternativa de un Barrabás
(Judas Iscariote fue de los que desertaron de la guerrilla
y enseñaron el camino a los rangers).

Después le colocaron a Cristo Guevara
una corona de espinas y una túnica de loco
y le colgaron un rótulo del pescuezo en son de burla
INRI: Instigador Natural de la Rebelión de los Infelices

Luego lo hicieron cargar su cruz encima de su asma
y lo crucificaron con ráfagas de M-2
y le cortaron la cabeza y las manos
y quemaron todo lo demás para que la ceniza
desapareciera con el viento

En vista de lo cual no le ha quedado al Ché otro camino
que el de resucitar
y quedarse a la izquierda de los hombres
exigiéndoles que apresuren el paso
por los siglos de los siglos
Amén.



enero 23, 2013

OCTAVIO PAZ: LA CHINGADA






POR: OCTAVIO PAZ

¿Quién es la Chingada? Ante todo, es la madre. No una madre de carne y hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una de las representaciones mexicanas de la Maternidad, como la Llorona o la "sufrida madre mexicana" que festejamos el diez de mayo. La Chingada es la madre que ha sufrido, metafórica o realmente, la acción corrosiva e infamante implícita en el verbo que le da nombre. Vale la pena detenerse en el significado de esta voz.

En la Anarquía del lenguaje en la América española, Darío Rubio examina el origen de esta palabra y enumera las significaciones que le prestan casi todos los pueblos hispanoamericanos. Es probable su procedencia azteca: chingaste es xinachtli (semilla de hortaliza) o xinaxtli (aguamiel fermentado). La voz y sus derivados se usan, en casi toda América y en algunas regiones de España, asociados a las bebidas alcohólicas o no: chingaste son los residuos o heces que quedan en el vaso, en Guatemala y El Salvador; en Oaxaca llaman chingaditos a los restos del café; en todo México se llama chínguere o, significativamente, piquete al alcohol; en Chile, Perú y Ecuador la chingana es la taberna; en España chingar equivale a beber mucho, a embriagarse; y en Cuba, un chinguirito es un trago de alcohol.

Chingar también implica la idea de fracaso. En Chile y Argentina se chinga un petardo, "cuando no revienta, se frustra o sale fallido". Y las empresas que fracasan, las fiestas que se aguan, las acciones que no llegan a su término, se chingan. En Colombia, chingarse es llevarse un chasco. En el Plata un vestido desgarrado es un vestido chingado. En casi todas partes chingarse es salir burlado, fracasar. Chingar, asimismo, se emplea en algunas partes de Sudamérica como sinónimo de molestar, zaherir, burlar. Es un verbo agresivo, como puede verse por todas esas significaciones: descolar a los animales, incitar o hurgar a los gallos, chunguear, chasquear, perjudicar, echar a perder, frustrar.

En México los significados de la palabra son innumerables. Es una voz mágica. Basta un cambio de tono, una inflexión apenas, para que el sentido varíe. Hay tantos matices como entonaciones: tantos significados como sentimientos. Se puede ser un chingón, un Gran Chingón (en los negocios, en la política, en el crimen, con las mujeres), un chingaquedito (silencioso, disimulado, urdiendo tramas en la sombra, avanzando cauto para dar el mazazo), un chingoncito. Pero la pluralidad de significaciones no impide que la idea de agresión en todos sus grados, desde el simple de incomodar, picar, zaherir, hasta el de violar, desgarrar y matar se presente siempre como significado último. El verbo denota violencia, salir de sí mismo y penetrar por la fuerza en otro. Y también, herir, rasgar, violar cuerpos, almas, objetos, destruir. Cuando algo se rompe, decimos: "se chingó". Cuando alguien ejecuta un acto desmesurado y contra las reglas, comentamos: "hizo una chingadera".

La idea de romper y de abrir reaparece en casi todas las expresiones. La voz está teñida de sexualidad, pero no es sinónima del acto sexual; se puede chingar a una mujer sin poseerla. Y cuando se alude al acto sexual, la violación o el engaño le prestan un matiz particular. El que chinga jamás lo hace con el consentimiento de la chingada. En suma, chingar es hacer violencia sobre otro. Es un verbo masculino, activo, cruel: pica, hiere, desgarra, mancha. Y provoca una amarga, resentida satisfacción en el que lo ejecuta.

Lo chingado es lo pasivo, lo inerte y abierto, por oposición a lo que chinga, que es activo, agresivo y cerrado. El chingón es el macho, el que abre. La chingada, la hembra, la pasividad pura, inerme ante el exterior. La relación entre ambos es violenta, determinada por el poder cínico del primero y la impotencia de la otra. La idea de violación rige oscuramente todos los significados. La dialéctica de "lo cerrado" y "lo abierto" se cumple así con precisión casi feroz.

El poder mágico de la palabra se intensifica por su carácter prohibido. Nadie la dice en público. Solamente un exceso de cólera, una emoción o el entusiasmo delirante, justifican su expresión franca. Es una voz que sólo se oye entre hombres, o en las grandes fiestas. Al gritarla, rompemos un velo de pudor, de silencio o de hipocresía. Nos manifestamos tales como somos de verdad. Las malas palabras hierven en nuestro interior, como hierven nuestros sentimientos. Cuando salen, lo hacen brusca, brutalmente, en forma de alarido, de reto, de ofensa. Son proyectiles o cuchillos. Desgarran. Los españoles también abusan de las expresiones fuertes. Frente a ellos el mexicano es singularmente pulcro. Pero mientras los españoles se complacen en la blasfemia y la escatología, nosotros nos especializamos en la crueldad y el sadismo. El español es simple: insulta a Dios porque cree en él. La blasfemia, dice Machado, es una oración al revés. El placer que experimentan muchos españoles, incluso algunos de sus más altos poetas, al aludir a los detritus y mezclar la mierda con lo sagrado se parece un poco al de los niños que juegan con lodo.

Hay, además del resentimiento, el gusto por los contrastes, que ha engendrado el estilo barroco y el dramatismo de la gran pintura española. Sólo un español puede hablar con autoridad de Onán y Don Juan. En las expresiones mexicanas, por el contrario, no se advierte la dualidad española simbolizada por la oposición de lo real y lo ideal, los místicos y los pícaros, el Quevedo fúnebre y el escatológico, sino la dicotomía entre lo cerrado y lo abierto. El verbo chingar indica el triunfo de lo cerrado, del macho, del fuerte, sobre lo abierto.

La palabra chingar, con todas estas múltiples significaciones, define gran parte de nuestra vida y califica nuestras relaciones con el resto de nuestros amigos y compatriotas. Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado. Es decir, de humillar, castigar y ofender. O a la inversa. Esta concepción de la vida social como combate engendra fatalmente la división de la sociedad en fuertes y débiles. Los fuertes los chingones sin escrúpulos, duros e inexorables se rodean de fidelidades ardientes e interesadas. El servilismo ante los poderosos especialmente entre la casta de los "políticos", esto es, de los profesionales de los negocios públicos es una de las deplorables consecuencias de esta situación. Otra, no menos degradante, es la adhesión a las personas y no a los principios. Con frecuencia nuestros políticos confunden los negocios públicos con los privados. No importa. Su riqueza o su influencia en la administración les permite sostener una mesnada que el pueblo llama, muy atinadamente, de "lambiscones" (de lamer).

El verbo chingar maligno, ágil y juguetón como un animal de presa engendra muchas expresiones que hacen de nuestro mundo una selva: hay tigres en los negocios, águilas en las escuelas o en los presidios, leones con los amigos. El soborno se llama "morder". Los burócratas roen sus huesos (los empleos públicos). Y en un mundo de chingones, de relaciones duras, presididas por la violencia y el recelo, en el que nadie se abre ni se raja y todos quieren chingar, las ideas y el trabajo cuentan poco. Lo único que vale es la hombría, el valor personal, capaz de imponerse.

La voz tiene además otro significado, más restringido. Cuando decimos "vete a la Chingada", enviamos a nuestro interlocutor a un espacio lejano, vago e indeterminado. Al país de las cosas rotas, gastadas. País gris, que no está en ninguna parte, inmenso y vacío. Y no sólo por simple asociación fonética lo comparamos a la China, que es también inmensa y remota. La Chingada, a fuerza de uso, de significaciones contrarias y del roce de labios coléricos o entusiasmados, acaba por gastarse, agotar sus contenidos y desaparecer. Es una palabra hueca. No quiere decir nada. Es la nada.



enero 20, 2013

EL PEÑATO: PROYECTO Y ESTRATEGIA




EL PEÑATO: PROYECTO Y ESTRATEGIA

LA RESTAURACIÓN DEL RÉGIMEN PRIISTA


I.- ÁMBITO POLÍTICO

1.1.- La llegada de Enrique Peña Nieto (EPN) es una resalinizacion del poder. Habrá una diferencia sustancian en la forma de hacer política del nuevo gobierno con relación a los doce años anteriores del PAN

1.2.- Ahora el bono democrático va a ser limitado porque ha ido disminuyendo el tiempo de espera social.

1.3.- El “Pacto por México” se comenzó a negociar desde agosto del 2012

1.4.- Grupos políticos que se aliaron y operaron para que ganara EPN: “Grupo Salinas, “Grupo Atlacomulco” y “Grupo la Joya”. Estos tres grupos se reflejan en la integración del gabinete de EPN.

1.5.- Van por el carro completo en todos los procesos electorales. El PRI se está preparando para un periodo en el poder de por lo menos 50 años.

1.6.- El nuevo gobierno va a rehabilitar los “partidos para-estatales

1.7.- No se va por un tripartidismo, como piensa el PRD. Vamos de nuevo por el UNIPARTIDISMO. El PAN y el PRD están de acuerdo con esta trampa.

1.8.- Van en contra de AMLO y Morena

1.9.- No siguen la línea de “un enemigo a la vez”. Con el “Pacto por México” se están echando 5 enemigos a la vez: empresarios, Elba Esther, Televisoras, EUA y AMLO-Izquierdas. Esto va contra las reglas de guerra popular.

1.10.- Al PAN y PRD los usaran como “compañeros de viaje”, después los “desecharan”.

1.11.- El nuevo gobierno harían concesiones a quienes jalen con el “Pacto por México”; a quienes no, lo van a combatir.

1.12.- No promoverán el aumento al IVA por ahora, porque se caería el “pacto por México” y perderían las elecciones en los 14 estados.

1.13.- Regresa los que nunca se fueron, corregidos y aumentados.

1.14.- El nuevo grupo gobernante trae “instrumentos de control” para lo que se ofrezca.

1.15.- Osorio Chong ha confirmado la creación del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), órgano similar a la CIA estadounidense, estará bajo mando de la Secretaria de Gobernación. Habrá un gobierno vigía.

1.16.- El “Peñato” va por una reconfiguración y recontrol de las entidades del país, para tener el control desde el centro, desde la Presidencia de la Republica. El PRI no sabe gobernar más que verticalmente, por ello buscara un “neocentralismo”. Además, para que nadie se atrase en su proyecto nacional.

1.17,- Ya dieron 3 pasas en este sentido: 1) Ley de Contabilidad Gubernamental 2) Código Penal Único y 3) Control de la deuda de los Estados.

2.- ÁMBITO ECONÓMICO

2.1.- El nuevo gobierno aplicara coersión y consenso para profundizar la reestructuración capitalista mexicana, actualizando el modelo neoliberal.

2.2.- Ya se dio el primer incremento a las gasolinas. Continuarán los incrementos, así como la continuidad del modelo económico impuesto.

2.3.- El tema del IVA y el tema energético están encorchetados (para “guardar las apariencias”), para ser retomados después de las elecciones locales de 2013.

3.- ÁMBITO SOCIAL

3.1.- Para responder al zapatismo, se nombró a Nubia Mayorga Delgado como Directora General de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas.

3.2.- El ataque vía programas sociales iniciara con la Cruzada Nacional contra el Hambre que se dará a conocer antes del 29 de enero.

3.3.- Los demás programas sociales del “Pacto por México” empezará a instrumentarse desde febrero de este año. El pueblo empobrecido acudiera corriendo y entusiasmado, Peña Nieto (como Salinas en el PRONASOL) saldrá legitimado.

3.4.- El tema de Rosario Robles en SEDESOL lleva dedicatoria a AMLO y la van a preparar para recuperar la capital como Jefa de Gobierno.

3.5.- Solidaridad “recargado” para anular a las izquierdas; para combatir la delincuencia y la violencia. Estrategia político-social.

3.6.- El severo problema de la violencia y la inseguridad, lo atacaran por dos vías: Programas Sociales y Pacto con los carteles del narcotráfico. 



enero 19, 2013

OCTAVIO PAZ:TODOS SANTOS, DIA DE MUERTOS





Por: OCTAVIO PAZ
El solitario mexicano ama las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias hombres y acontecimientos. Somos un pueblo ritual. Y esta tendencia beneficia a nuestra imaginación tanto como a nuestra sensibilidad, siempre afinadas y despiertas. El arte de la fiesta, envilecido en casi todas partes, se conserva intacto entre nosotros. En pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas religiosas de México, con sus colores violentos, agrios y puros y sus danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes insólitos y la inagotable cascada de sorpresas de los frutos, dulces y objetos que se venden esos días en plazas y mercados.

Nuestro calendario está poblado de fiestas. Ciertos días, lo mismo en los lugarejos más apartados que en las grandes ciudades, el país entero reza, grita, come, se emborracha y mata en honor de la Virgen de Guadalupe o del general Zaragoza. Cada año, el 15 de septiembre a las once de la noche, en todas las plazas de México celebramos la fiesta del Grito; y una multitud enardecida efectivamente grita por espacio de una hora, quizá para callar mejor el resto del año. Durante los días que preceden y suceden al 12 de diciembre, el tiempo suspende su carrera, hace un alto y en lugar de empujarnos hacia un mañana siempre inalcanzable y mentiroso, nos ofrece un presente redondo y perfecto, de danza y juerga, de comunión y comilona con los más antiguo y secreto de México. El tiempo deja de ser sucesión y vuelve a ser lo que fue, y es, originariamente: un presente en donde pasado y futuro al fin se reconcilian.

Pero no bastan las fiestas que ofrecen a todo el país la Iglesia y la república. La vida de cada ciudad y de cada pueblo está regida por un santo, al que se festeja con devoción y regularidad. Los barrios y los gremios tienen también sus fiestas anuales, sus ceremonias y sus ferias. Y, en fin, cada uno de nosotros —ateos, católicos o indiferentes— poseemos nuestro santo, al que cada año honramos. Son incalculables las fiestas que celebramos y los recursos y tiempo que gastamos en festejar. Recuerdo que hace años pregunté a un presidente municipal de un poblado vecino a Mitla: "¿A cuánto ascienden los ingresos del municipio por contribuciones?". "A unos tres mil pesos anuales. Somos muy pobres. Por eso el señor gobernador y la Federación nos ayudan cada año a completar nuestros gastos." "¿Y en qué utilizan esos tres mil pesos?" " Pues casi todo en fiestas, señor. Chico como lo ve, el pueblo tiene dos Santos Patrones."

Esa respuesta no es asombrosa. Nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares. Los países ricos pocas: no hay tiempo, ni humor. Y no son necesarias; las gentes tienen otras cosas que hacer y cuando se divierten lo hacen en grupos pequeños. Las masas modernas son aglomeraciones de solitarios. En las grandes ocasiones, en París o en Nueva York, cuando el público se congrega en plazas o estadios, es notable la ausencia de pueblo: se ven parejas y grupos, nunca una comunidad viva en donde la persona humana se disuelve y rescata simultáneamente. Pero un pobre mexicano, ¿cómo podría vivir sin esa dos o tres fiestas anuales que lo compensan de su estrechez y de su miseria? Las fiestas son nuestro único lujo; ellas substituyen, acaso con ventaja, al teatro y a las vacaciones, el week end y el cocktail party de los sajones, a las recepciones de la burguesía y al café de los mediterráneos.

En esas ceremonias —nacionales, locales, gremiales o familiares— el mexicano se abre al exterior. Todas ellas le dan ocasión de revelarse y dialogar con la divinidad, la patria, los amigos o los parientes. Durante esos días el silencioso mexicano silba, grita, canta, arroja petardos, descarga su pistola en el aire. Descarga su alma. Y su grito, como los cohetes que tanto nos gustan, sube hasta el cielo, estalla en una explosión verde, roja, azul y blanca y cae vertiginoso dejando una cauda de chispas doradas. Esa noche los amigos, que durante meses no pronunciaron más palabras que las prescritas por la indispensable cortesía, se emborrachan juntos, se hacen confidencias, lloran las mismas penas, se descubren hermanos y a veces, para probarse, se matan entre sí. La noche se puebla de canciones y aullidos. Los enamorados despiertan con orquestas a las muchachas. Hay diálogos y burlas de balcón a balcón, de acera a acera. Nadie habla en voz baja. Se arrojan los sombreros al aire. Las malas palabras y los chistes caen como cascadas de pesos fuertes. Brotan las guitarras. En ocasiones, es cierto, la alegría mal: hay riñas, injurias, balazos, cuchilladas. También eso forma parte de la fiesta. Porque el mexicano no se divierte: quiere sobrepasarse, saltar el muro de la soledad que el resto del año lo incomunica. Todos están poseídos por la violencia y el frenesí. Las almas estallan como los colores, las voces, los sentimientos, ¿Se olvidan de sí mismos, muestran su verdadero rostro? Nadie lo sabe. Lo importante es salir, abrirse paso, embriagarse de ruido, de gente, de color. México está de fiesta. Y esa fiesta, cruzada por relámpagos y delirios, es como el revés brillante de nuestro silencio y apatía, de nuestra reserva y hosquedad.

Algunos sociólogos franceses consideran a la fiesta como un gasto ritual. Gracias al derroche, la colectividad se pone el abrigo de la envidia celeste y humana. Los sacrificios y las ofrendas calman o compran a dioses y santos patrones; las dádivas y festejos, al pueblo. El exceso en el gastar y el desprecio de energías afirman la opulencia de la colectividad. Ese lujo es una prueba de salud, una exhibición de abundancia y poder. O una trampa mágica. Porque con el derroche se espera atraer, por contagio, a la verdadera abundancia. Dinero llama dinero. La vida que se riega, da más vida: la orgía, gasto sexual, es también una ceremonia de regeneración genésica; y el desperdicio, fortalece. Las ceremonias de fin de año, en todas las culturas, significan algo más que la conmemoración de una fecha. Ese día es una pausa; efectivamente el tiempo se acaba, se extingue. Los ritos que celebran su extinción están destinados a provocar su renacimiento: la fiesta de fin de año es también la de año nuevo, la del tiempo que empieza. Todo atrae a su contrario. En suma, la función de la fiesta es más utilitaria de lo que se piensa; el desperdicio atrae o suscita la abundancia y es una inversión como cualquier otra. Sólo que aquí la ganancia no se mide, ni cuenta. Se trata de adquirir potencia, vida, salud. En este sentido la fiesta es una de las formas económicas más antiguas, como el don y la ofrenda.

Esta interpretación me ha parecido siempre incompleta. Inscrita en la órbita de lo sagrado, la fiesta es ante todo el advenimiento de lo insólito. La rigen reglas especiales, privativas, que la aíslan y hacen un día de excepción. Y con ellas se introduce una lógica, una moral, y hasta una economía que frecuentemente contradicen a las de todos los días. Todo ocurre en un mundo encantado: el tiempo es otro tiempo (situado en un pasado mítico o en una actualidad pura); el espacio en que se verifica cambia de aspecto, se desliga de, resto de la tierra, se engalana y convierte en un "sitio de fiesta" (en general se escogen lugares especiales o poco frecuentados); los personajes que intervienen abandonan su rasgo humano o social y se transforman en vivas, aunque efímeras, representaciones. Y todo pasa como si no fuera cierto, como en los sueños. Ocurra lo que ocurra, nuestras acciones poseen mayor ligereza, una gravedad distinta: asumen significaciones diversas y contraemos con ellas responsabilidades singulares. Nos aligeramos de nuestra carga de tiempo y razón.

En ciertas fiestas desaparece la noción misma de orden. El caos regresa y reina la licencia. Todo se permite: desaparecen las jerarquías habituales, las distinciones sociales, los sexos, las clases, los gremios. Los hombres se disfrazan de mujeres, los señores de esclavos, los pobres de ricos. Se ridiculiza al ejército, al clero, a la magistratura. Gobiernan los niños o los locos. Se cometen profanaciones rituales, sacrilegios obligatorios. El amor se vuelve promiscuo. A veces la fiesta se convierte en misa negra. Se violan reglamentos, hábitos, costumbres. El individuo respetable arroja su máscara de carne y la ropa obscura que lo aísla y, vestido de colorines, se esconde en una careta, que lo libera de sí mismo.

Así pues, la fiesta no es solamente un exceso, un desperdicio ritual de los bienes penosamente acumulados durante el año; también es una revuelta, una súbita inmersión en lo informe, en la vida pura. A través de la fiesta la sociedad se libera de las normas que se ha impuesto. Se burla de sus dioses, de sus principios y de sus leyes: se niega a sí misma.

La fiesta es una Revuelta, en el sentido literal de la palabra. En la confusión que engendra, la sociedad se disuelve, se ahoga, en tanto que organismo regido conforme a ciertas reglas y principios. Pero se ahoga en sí misma, en su caos o libertad original. Todo se comunica; se mezcla el bien con el mal, el día con la noche, lo santo con lo maldito. Todo cohabita, pierde forma, singularidad y vuelve al amasijo primordial. La fiesta es una operación cósmica: la experiencia del desorden, la reunión de los elementos y principios contrarios para provocar el renacimiento de la vida. La muerte ritual suscita el renacer; el vómito, el apetito; la orgía, estéril en sí misma, la fecundidad de las madres o de la tierra. La fiesta es un regreso a un estado remoto o indiferenciado, prenatal o presocial, por decirlo así. Regreso que es también un comienzo, según quiere la dialéctica inherente a los hechos sociales.

El grupo sale purificado de ese baño de caos. Se ha sumergido en sí, en la entraña misma de donde salió. Dicho de otro modo, la fiesta niega a la sociedad en tanto que conjunto orgánico de formas y principios diferenciados, pero la afirma en cuanto fuente de energía y creación. Es una verdadera re-creación, al contrario de lo que ocurre con las vacaciones modernas, que no entrañan rito o ceremonia alguna, individuales y estériles como el mundo que las ha inventado.

La sociedad comulga consigo misma en la fiesta. Todos sus miembros vuelven a la confusión y libertad originales. La estructura social se deshace y se crean nuevas formas de relación, reglas inesperadas, jerarquías caprichosas. En el desorden general, cada quién se abandona y atraviesa por situaciones y lugares que habitualmente le estaban vedados. Las fronteras entre espectadores y actores, entre oficiantes y asistentes, se borran. Todos forman parte de la fiesta, todos se disuelven en su torbellino. Cualquiera que sea su índole, su carácter, su significado, la fiesta es participación. Este rasgo la distingue finalmente de otros fenómenos y ceremonias: laica o religiosa, orgía o saturnal, la fiesta es un hecho social basado en la activa participación de los asistentes.

Gracias a las fiestas el mexicano se abre, participa, comulga con sus semejantes y con los valores que dan sentido a su existencia religiosa o política. Y es significativo que un país tan triste como el nuestro tenga tantas y tan alegres fiestas. Su frecuencia, el brillo que alcanzan, el entusiasmo con que todos participamos, parecen revelar que, sin ellas, estallaríamos. Ellas nos liberan, así sea momentáneamente, de todos esos impulsos sin salida y de todas esas materias inflamables que guardamos en nuestro interior. Pero a diferencia de lo que ocurre en otras sociedades, la fiesta mexicana no es nada más un regreso a un estado original de indiferenciación y libertad; el mexicano no intenta regresar, sino salir de sí mismo, sobrepasarse. Entre nosotros la fiesta es una explosión, un estallido. Muerte y vida, júbilo y lamento, canto y aullido se alían en nuestros festejos, no para recrearse o reconocerse, sino para entredevorarse. No hay nada más alegre que una fiesta mexicana, pero también no hay nada más triste. La noche de fiesta es también noche de duelo.

Si en la vida diaria nos ocultamos a nosotros mismos, en el remolino de la fiesta nos disparamos. Más que abrirnos, nos desgarramos. Todo termina en alarido y desgarradura: el canto, el amor, la amistad. La violencia de nuestros festejos muestra hasta qué punto nuestro hermetismo nos cierra las vías de comunicación con el mundo. Conocemos el delirio, la canción, el aullido, el monólogo, pero no el diálogo. Nuestras fiestas, como nuestras confidencias, nuestros amores y nuestras tentativas para reordenar nuestra sociedad, son rupturas violentas con lo antiguo o con lo establecido. Cada vez que intentamos expresarnos, necesitamos romper con nosotros mismos. Y la fiesta sólo es un ejemplo, acaso el más típico, de ruptura violenta. No sería difícil enumerar otros, igualmente reveladores: el juego, que es siempre un ir a los extremos, mortal con frecuencia; nuestra prodigalidad en el gastar, reverso de la timidez de nuestras inversiones y empresas económicas; nuestras confesiones. El mexicano, ser hosco, encerrado en sí mismo, de pronto estalla, se abre el pecho y se exhibe, con cierta complacencia y deteniéndose en los repliegues vergonzosos o terribles de su intimidad. No somos francos, pero nuestra sinceridad puede llegar a extremos que horrorizarían a un europeo. La manera explosiva y dramática, a veces suicida, con que nos desnudamos y entregamos, inermes casi, revela que algo nos asfixia y cohibe. Algo nos impide ser. Y porque no nos atrevemos o no podemos enfrentarnos con nuestro ser, recurrimos a la fiesta. Ella nos lanza al vacío, embriaguez que se quema a sí misma, disparo al aire, fuego de artificio.

La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida. Toda esa abigarrada confusión de actos, omisiones, arrepentimientos y tentativas —obras y sobras— que es cada vida, encuentran en la muerte, ya que no sentido o explicación, fin. Frente a ella nuestra vida se dibuja e inmoviliza. Antes de desmoronarse y hundirse en la nada, se esculpe y vuelve forma inmutable: ya no cambiaremos sino para desaparecer. Nuestra muerte ilumina nuestra vida. Si nuestra muerte carece de sentido, tampoco lo tuvo nuestra vida. Por eso cuando alguien muere de muerte violenta, solemos decir: "se lo buscó". Y es cierto, cada quien tiene la muerte que se busca, la muerte que se hace. Muerte de cristiano o muerte de perro son maneras de morir que reflejan maneras de vivir. Si la muerte nos traiciona y morimos de mala manera, todos se lamentan: hay que morir como se vive. La muerte es intransferible, como la vida. Si no morimos como vivimos es porque realmente no fue nuestra la vida que vivimos: no nos pertenecía como no nos pertenece la mala suerte que nos mata. Dime cómo mueres y te diré quién eres.

Para los antiguos mexicanos la oposición entre muerte y vida no era tan absoluta como para nosotros. La vida se prolongaba en la muerte. Y a la inversa. La muerte no era el fin natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito. Vida, muerte y resurrección eran estadios de un proceso cósmico, que se repetía insaciable. La vida no tenía función más alta que desembocar en la muerte, su contrario y complemento; y la muerte, a su vez, no era un fin en sí; el hombre alimentaba con su muerte la voracidad de la vida, siempre insatisfecha. El sacrificio poseía un doble objeto: por una parte, el hombre accedía al proceso creador (pagando a los dioses, simultáneamente, la deuda contraída por la especie); por la otra, alimentaba la vida cósmica y la social, que se nutría de la primera.

Posiblemente el rasgo más característico de esta concepción es el sentido impersonal del sacrificio. Del mismo modo que su vida no les pertenecía, su muerte carecía de todo propósito personal. Los muertos —incluso los guerreros caídos en el combate y la mujeres muertas en el parto, compañeros de Huitzilopochtli, el dios solar— desaparecerían al cabo de algún tiempo, ya para volver al país indiferenciado de las sombras, ya para fundirse al aire, a la tierra, al fuego, a la substancia animadora del universo. Nuestros antepasados indígenas no creían que su muerte les pertenecía, como jamás pensaron que su vida fuese realmente "su vida", en el sentido cristiano de la palabra. Todo se conjugaba para determinar, desde el nacimiento, la vida y la muerte de cada hombre: la clase social, el año, el lugar, el día, la hora. El azteca era tan poco responsable de sus actos como de su muerte.

Espacio y tiempo estaban ligados y formaba una unidad inseparable. A cada espacio, a cada uno de los puntos cardinales, y al centro en que se inmovilizaban, correspondía un "tiempo" particular. Y este complejo de espacio-tiempo poseía virtudes y poderes propios, que influían y determinaban profundamente la vida humana. Nacer un día cualquiera, era pertenecer a un espacio, a un tiempo, a un color y a un destino. Todo estaba previamente trazado. En tanto que nosotros disociamos espacio y tiempo, meros escenarios que atraviesan nuestras vidas, para ellos había tantos "espacios-tiempos" como combinaciones poseía el calendario sacerdotal. Y cada uno estaba dotado de una significación cualitativa particular, superior a la voluntad humana.

Religión y destino regían su vida, como moral y libertad presiden la nuestra. Mientras nosotros vivimos bajo el signo de la libertad y todo —aun la fatalidad griega y la Gracia de los teólogos— es elección y lucha, para los aztecas el problema se reducía a investigar la no siempre clara voluntad de los dioses. De ahí la importancia de la prácticas adivinatorias. Los únicos libres eran los dioses. Ellos podían escoger y, por lo tanto, en un sentido profundo, pecar. La religión azteca está llena de grandes dioses pecadores —Quetzatcóatl, como ejemplo máximo—, dioses que desfallecen y pueden abandonar a sus creyentes, del mismo modo que los cristianos reniegan a veces de su Dios. La Conquista de México sería inexplicable sin la traición de los dioses que reniegan de su pueblo.


El advenimiento del catolicismo modifica radicalmente esta situación. El sacrificio y la idea de salvación, que antes eran colectivos, se vuelven personales. La libertad se humaniza, encarna en los hombres. Para los antiguos aztecas lo esencial era asegurar la continuidad de la creación; el sacrificio no entrañaba la salvación ultraterrena, sino la salud cósmica; el mundo, y no el individuo, vivía gracias a la sangre y a la muerte de los hombres. Para los cristianos, el individuo es lo que cuenta. El mundo —la historia, la sociedad— está condenado de antemano. La muerte de Cristo salva a cada hombre en particular. Cada uno de nosotros es el Hombre y en cada uno están depositadas las esperanzas y posibilidades de la especie. La redención es obra personal.

Ambas actitudes, por más opuestas que nos parezcan, poseen una nota común: la vida, colectiva o individual, está abierta a la perspectiva de una muerte que es, a su modo, una nueva vida. La vida sólo se justifica y trasciende cuando se realiza en la muerte. Y ésta también es trascendencia, más allá, puesto que consiste en una nueva vida. Para los cristianos la muerte es un tránsito, un salto mortal entre dos vidas, la temporal y la ultraterrena; para los aztecas, la manera más honda de participar en la continua regeneración de las fuerzas creadoras, siempre en peligro de extinguirse si no se les provee de la sangre, alimento sagrado. En ambos sistemas vida y muerte carecen de autonomía; son las dos caras de una misma realidad. Toda su significación proviene de otros valores, que las rigen. Son referencias a realidades invisibles.

La muerte moderna no posee ninguna significación que la trascienda o refiera a otros valores. En casi todos los casos es, simplemente, el fin inevitable de un proceso natural. En un mundo de hechos, la muerte es un hecho más. Pero como es un hecho desagradable, un hecho que pone en tela de juicio todas nuestras concepciones y el sentido mismo de nuestra vida, la filosofía del progreso (¿el progreso hacia dónde y desde dónde?, se preguntaba Scheler) pretende escamotearnos su presencia. En el mundo moderno todo funciona como si la muerte no existiera. Nadie cuenta con ella. Todo la suprime: las prédicas de los políticos, los anuncios de los comerciantes, la moral pública, las costumbres, la alegría a bajo precio y la salud al alcance de todos que nos ofrecen hospitales, farmacias y campos deportivos. Pero la muerte, ya no como tránsito, sino como gran boca vacía que nada sacia, habita todo lo que emprendemos. El siglo de la salud, de la higiene, los anticonceptivos, las drogas milagrosas y los alimentos sintéticos, es también el siglo de los campos de concentración, del Estado policíaco, de la exterminación atómica y del murder story. Nadie piensa en la muerte, en su muerte propia, como quería Rilke, porque nadie vive una vida personal. La matanza colectiva no es sino el fruto de la colectivización.

También para el mexicano moderno la muerte carece de significación. Ha dejado de ser tránsito, acceso a otra vida más vida que la nuestra. Pero la intranscendencia de la muerte no nos lleva a eliminarla de nuestra vida diaria. Para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con impaciencia, desdén o ironía: "si me han de matar mañana, que me maten de una vez".

La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida. El mexicano no solamente se postula la intranscendencia del morir, sino del vivir. Nuestras canciones, refranes, fiestas y reflexiones populares manifiestan de una manera inequívoca que la muerte no nos asusta porque "la vida nos ha curado de espantos". Morir es natural y hasta deseable; cuanto más pronto, mejor. Nuestra indiferencia ante la muerte es la otra cara de nuestra indiferencia ante la vida. Matamos porque la vida, la nuestra y la ajena, carece de valor. Y es natural que así ocurra: vida y muerte son inseparables y cada vez que la primera pierde significación, la segunda se vuelve intranscendente. La muerte mexicana es el espejo de la vida de los mexicanos. Ante ambas el mexicano se cierra, las ignora.

El desprecio a la muerte no está reñido con el culto que le profesamos. Ella está presente en nuestra fiestas, en nuestros juegos, en nuestros pensamientos. Morir y matar son ideas que pocas veces nos abandonan. La muerte nos seduce. La fascinación que ejerce sobre nosotros quizá brote de nuestro hermetismo y de la furia con que lo rompemos. La presión de nuestra vitalidad, constreñida a expresarse en formas que la traicionan, explica el carácter mortal, agresivo o suicida, de nuestras explosiones. Cuando estallamos, además, tocamos el punto más alto de la tensión, rozamos el vértice vibrante de la vida. Y allí, en la altura del frenesí, sentimos el vértigo: la muerte nos atrae.

Por otra parte, la muerte nos venga de la vida, la desnuda de todas sus vanidades y pretensiones y la convierte en lo que es: unos huesos mondos y una mueca espantable. En un mundo cerrado y sin salida, en donde todo es muerte, lo único valioso es la muerte. Pero afirmamos algo negativo. Calaveras de azúcar o de papel de China, esqueletos coloridos de fuegos artificiales, nuestras representaciones populares son siempre burla de la vida, afirmación de la nadería e insignificancia de la humana existencia. Adornamos nuestras casas con cráneos, comemos el día de los Difuntos panes que fingen huesos y nos divierten canciones y chascarrillos en los que ríe la muerte pelona, pero toda esa fanfarronada familiaridad no nos dispensa de la pregunta que todos nos hacemos: ¿qué es la muerte? No hemos inventado una nueva respuesta. Y cada vez que nos la preguntamos, nos encogemos de hombros: ¿qué me importa la muerte, si no me importa la vida?

El mexicano, obstinadamente cerrado ante el mundo y sus semejantes, ¿se abre la muerte? La adula, la festeja, la cultiva, se abraza a ella, definitivamente y para siempre, pero no se entrega. Todo está lejos del mexicano, todo le es extraño y, en primer término, la muerte, la extraña por excelencia. El mexicano no se entrega a la muerte, porque la entrega entraña sacrificio. Y el sacrificio, a su vez, exige que alguien dé y alguien reciba. Esto es, que alguien se abra y se encare a una realidad que lo trasciende. En un mundo intranscendente, cerrado sobre sí mismo, la muerte mexicana no da ni recibe; se consume en sí misma y a sí misma se satisface. Así pues, nuestras relaciones con la muerte son íntimas —más íntimas, acaso, que las de cualquier otro pueblo— pero desnudas de significación y desprovistas de erotismo. La muerte mexicana es estéril, no engendra como la de los aztecas y cristianos.

Nada más opuesto a esta actitud que la de europeos y norteamericanos. Leyes, costumbres, moral pública y privada, tienden a preservar la vida humana. Esta protección no impide que aparezcan cada vez con más frecuencia ingeniosos y refinados asesinos, eficaces productores del crimen perfecto y en serie. La reiterada interrupción de criminales profesionales, que maduran y calculan sus asesinatos con una precisión inaccesible a cualquier mexicano; el placer con que relatan sus experiencias, sus goces y sus procedimientos; la fascinación con que le público y los periódicos recogen sus confesiones; y, finalmente, la reconocida ineficacia de los sistemas de represión con que se pretende evitar nuevos crímenes, muestran que el respeto a la vida humana que tanto enorgullece a la civilización occidental es una noción incompleta o hipócrita. El culto a la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la muerte. Ambas son inseparables. Una civilización que niega a la muerte, acaba por negar a la vida. La perfección de los criminales modernos no es nada más una consecuencia del progreso de la técnica moderna, sino del desprecio a la vida inexorablemente implícito en todo voluntario escamoteo de la muerte. Y podría agregarse que la perfección de la técnica moderna y la popularidad del murder story no son sino frutos (como los campos de concentración y el empleo de sistemas de exterminación colectiva) de una concepción optimista y unilateral de la existencia. Y así, es inútil excluir a la muerte de nuestras representaciones, de nuestras palabras, de nuestras ideas, porque ella acabará por suprimirnos a todos y en primer término a los que viven ignorándolo o fingiendo que lo ignoran.

Cuando el mexicano mata —por vergüenza, placer o capricho— mata a una persona, a un semejante. Los criminales y estadistas modernos no matan: suprimen. Experimentan con seres que han perdido ya su calidad humana. En los campos de concentración primero se degrada al hombre; una vez convertido en objeto, se le extermina en masa. El criminal típico de la gran ciudad —más allá de los móviles concretos que lo impulsan— realiza en pequeña escala lo que el caudillo moderno hace en grande. También a su modo experimenta: envenena, disgrega cadáveres con ácidos, incinera despojos, convierte en objeto a su víctima. La antigua relación entre víctima y victimario, que es lo único que humaniza al crimen, lo único que lo hace imaginable, ha desaparecido. Como en las novelas de Sade, no hay ya sino verdugos y objetos, instrumentos de placer y destrucción. Y la existencia de la víctima hace más intolerable y total la infinita soledad del victimario. Para nosotros el crimen es todavía una relación —y en ese sentido posee el mismo significado liberador que la fiesta o la confesión. De ahí su dramatismo, su poesía y —¿por qué no decirlo?— su grandeza. Gracias al crimen, accedemos a una efímera transcendencia.

En los primeros versos de la octava elegía de Duino, Rilke dice que la criatura —el ser en su inocencia animal— contempla lo abierto, al contrario de nosotros, que jamás vemos hacia adelante, hacia lo absoluto. El miedo nos hace volver el rostro, darle la espalda a la muerte. Y al negarnos a contemplarla, nos cerramos fatalmente a la vida, que es una totalidad que la lleva en sí. Lo abierto es el mundo en donde los contrarios se reconcilian y la luz y la sombre se funden. Esta concepción tiende a devolver a la muerte su sentido original, que muestra época le ha arrebatado: muerte y vida son contrarios que se complementan. Ambas son mitades de una esfera que nosotros, sujetos a tiempo y espacio, no podemos sino entrever. En el mundo prenatal, muerte y vida se confunden; en el nuestro. Se oponen; en el más allá, vuelven a reunirse, pero ya no en la ceguera animal, anterior al pecado y a la conciencia, sino como inocencia reconquistada. El hombre puede trascender la oposición temporal que las escinde —y que no reside en ellas, sino en su conciencia— y percibirlas como una unidad superior. Este conocimiento no se opera sino a través de un desprendimiento: la criatura debe renunciar a su vida temporal y a la nostalgia del limbo, del mundo animal. Debe abrirse a la muerte si quiere abrirse a la vida; entonces "será como los ángeles".

Así, frente a la muerte hay dos actitudes: una, hacia adelante, que la concibe como creación; otra, de regreso, que se expresa como fascinación ante la nada o como nostalgia del limbo. Ningún poeta mexicano o hispanoamericano, con la excepción, acaso, de César Vallejo, se aproxima a la primera de estas dos concepciones. En cambio, dos poetas mexicanos, José Gorostiza y Xavier Villaurrutia, encarnan la segunda de estas dos direcciones. Si para Gorostiza la vida es "una muerte sin fin", un continuo despeñarse en la nada, para Villaurrutia la vida no es más que "nostalgia de la muerte".

La afortunada imagen que da título al libro de Villaurrutia, Nostalgia de la muerte, es algo más que un acierto verbal. Con él, su autor quiere señalarnos la significación última de la poesía. La muerte como nostalgia y no como fruto o fin de la vida, equivale a afirmar que no venimos de la vida sino de la muerte. Lo antiguo y original, la entraña materna, es la huesa y no la nariz. Esta aseveración corre el riesgo de parecer una vana paradoja o la reiteración de un viejo lugar común: todos somos polvos y vamos al polvo. Creo, pues, que el poeta desea encontrar en la muerte (que es, en efecto, nuestro origen) una revelación que la vida temporal no le ha dado: la de la verdadera vida. Al morir la aguja del instante 
recorrerá su cuadrante
, todo cabrá en un instante
…
y será posible acaso
 vivir, después de haber muerto.

Regresar a la muerte original será volver a la vida de antes de la vida, a la vida de antes de la muerte: al limbo, a la entraña materna.

Muerte sin fin, el poema de José Gorostiza, es quizá el más alto testimonio que poseemos los hispanoamericanos de una conciencia verdaderamente moderna, inclinada sobre sí misma, presa de sí, de su propia claridad cegadora. El poeta, al mismo tiempo lúcido y exasperado, desea arrancar su máscara a la existencia, para contemplarla en su desnudez. El diálogo entre el mundo y el hombre, viejo como la poesía y el amor, se transforma en el del agua y el vaso que la ciñe, el del pensamiento y la forma en que se vierte y a la que acaba por corroer. Preso en las apariencias —árboles y pensamientos, piedras y emociones, días y noches, crepúsculos, no son sino metáforas, cintas de colores— el poeta advierte que el soplo que hincha la substancia, la modela y la erige forma, es el mismo que la carcome y arruga y destrona. En este drama sin personajes, pues todos son nada más reflejos, disfraces de un suicida que dialoga consigo mismo en un lenguaje de espejos y ecos, tampoco la inteligencia es otra cosa que reflejo, forma, y la más pura, de la muerte, una muerte enamorada de sí misma. Todo se desempeña en su propia claridad, todo se anega en su fulgor, todo se dirige hacia esa muerte transparente: la vida no es sino una metáfora, una invención conque la muerte —¡también ella!— quiere engañarse. El poema es el tenso desarrollo del viejo tema de Narciso —al que, por otra parte, no se alude una sola vez en el texto. Y no solamente la conciencia se contempla a sí misma en sus aguas transparentes y vacías, espejo y ojo al mismo tiempo, como en el poema de Valéry: la nada, que se miente en la forma y vida, respiración y pecho, que se finge corrupción y muerte, termina por desnudarse y, ya vacía, se inclina sobre sí misma: se enamora de sí, cae en sí, incansable muerte sin fin.



En suma, si en la fiesta, la borrachera o la confidencia nos abrimos, lo hacemos con tal violencia que nos desgarramos y acabamos por anularnos, Y ante la muerte, como ante la vida, nos alzamos de hombros y le oponemos un silencio o una sonrisa desdeñosa. La fiesta y el crimen pasional o gratuito revelan que el equilibrio de que hacemos gala sólo es una máscara, siempre en peligro de ser desgarrada por una súbita explosión de nuestra intimidad.

Todas estas actitudes indican que el mexicano siente, en sí mismo y en la carne del país, la presencia de una mancha, no por difusa menos viva, original e imborrable. Todos nuestros gestos tienden a ocultar esa llaga, siempre fresca, siempre lista a encenderse y arder bajo el sol de la mirada ajena.

Ahora bien, todo desprendimiento provoca una herida. A reserva de indagar cómo y en qué momento se produjo ese desprendimiento, debo apuntar que cualquier ruptura (con nosotros mismos o con lo que nos rodea, con el pasado o con el presente) engendra un sentimiento de soledad, En los caos extremos —separación de los padres, de la Matriz o de la tierra natal, muerte de los dioses o conciencia aguda de sí— la soledad se identifica con la orfandad. Y ambas se manifiestan generalmente como conciencia del pecado. Las penalidades y vergüenza que infligen el estado de separación pueden ser consideradas, gracias a la introducción de las nociones de expiación y redención, como sacrificios necesarios, prendas o promesas de una futura comunión que pondrá fin al exilio. La culpa puede desaparecer, la herida cicatrizar, el exilio resolverse en comunión. La soledad adquiere así un carácter purgatorio, purificador. El solitario o aislado trasciende su soledad, la vive como una prueba y como una promesa de comunión.

El mexicano, según se ha visto en las descripciones anteriores, nos transciende su soledad. Al contrario, se encierra en ella. Habitamos nuestra soledad como Filoctetes su isla, no esperando, sino temiendo volver al mundo. No soportamos la presencia de nuestros compañeros. Encerrados en nosotros mismos, cuando no desgarrados y enajenados, apuramos una soledad sin referencias a un más allá redentor o a un más acá creador. Oscilamos entre la entrega y la reserva, entre el grito y el silencio, entre la fiesta y el velorio, sin entregarnos jamás. Nuestra impasibilidad recubre la vida con la máscara de la muerte; nuestro grito desgarra esa más cara y sube al cielo hasta distenderse, romperse y caer como derrota y silencio. Por ambos caminos el mexicano se cierra al mundo: a la vida y a la muerte.


Nota informativa

"Todos Santos, Día de muertos", forma parte del libro El laberinto de la soledad, cuya primera publicación la realizó la editorial Cuadernos Americanos, en 1950. La ficha bibliográfica de esa primera edición es:

Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. Ediciones Cuadernos Americanos, México, 1950.
Dicha edición se término de imprimir el día 15 de febrero de 1950, en los talleres de la Editorial Cultura, en la ciudad de México.
La transcripción actual se realizó del volumen VIII de las Obras completas, editadas por el Fondo de Cultura Económica en México. La ficha bibliográfica de esta edición es:

Paz, Octavio. El laberinto de la soledad. (El peregrino en su patria. Historia y política de México), en OC, v. VIII, (segunda reimpresión de la segunda edición), Círculo de Lectores/Fondo de Cultura Económica, México, 1996.

[Edición digital de Patricio Eufraccio Solano}]



enero 16, 2013

PRESIDENCIALISMO Y KEYNESIANISMO MEXICANO.







EL PRESIDENCIALISMO, PIEDRA ANGULAR DEL KEYNESIANISMO MEXICANO


Escrito por: Jaime Cervantes Valdez

Estudiante de Ciencia Política;
Universidad Autónoma de Nayarit.
    


1.- INTRODUCCIÓN

Observar al Estado Mexicano y   su Sistema Político como un ente separado del mundo, autónomo en sus decisiones socioeconómicas y con procesos políticos independientes de los proceso internacionales, acarrearía una visión sesgada e incompleta de la realidad, que no permitiría entender el porqué de las acciones y decisión internas del aparato gubernamental, y el papel de México hacia el mundo, y principalmente del mundo hacia México. 

He de aclarar que el presente ensayo sobre el Sistema Político Mexicano lo entrelazare principalmente con las cuestiones macroeconómicas, no desde punto de vista cuantitativo, sino desde el cualitativo, es decir, la fusión del estado y aparato gubernamental como herramienta del mercado y de la clase dominante para la supervivencia del modo de producción hegemónico. Esto claramente aplicado exclusivamente a México y el presidencialismo, que no escapa de esas dinámicas.

2.- PORFIRIATO, REVOLUCION Y CRISIS ECONOMICA


A poco más de 100 años de la dictadura porfirista, todavía no se le perdona a Don Porfirio Diaz su actuar de aquellos 33 años en el poder, pero se nos olvida que en esa época, en la faz de la tierra solamente existían 40 naciones –y decenas de colonias-, y claro,  era la monarquía o el imperio los sistemas de políticos predominantes. 

Para la primera década del siglo XX el feudalismo era el modo producción predominante en casi la totalidad de los países no Europeos, o comúnmente llamados periféricos. Y México no era la excepción, esté se encontraba dominado económicamente por pequeñas haciendas, y gobernado por un poderoso poder central apoyado en los caciques regionales que existirían por casi 1 siglo más.

En un paralelismo a la misma revolución francesa, o cualquier otra revolución burguesa, la mexicana  es impulsada por los grupos liberales que hasta 1909 atendían solo las cuestiones económicas, pero que a partir de ese año se ven interesado en las cuestiones políticas y eso los orilla a las acciones revolucionarias utilizando al campesinado como palanca de triunfo.

Pasado el periodo violento, y asesinados los lideres populares no burgueses que podrían haber desviado el curso político de la revolución, los grupos triunfantes –Origenistas y Carrancistas- crearon la Constitución de 1917, una constitución de vanguardia para su época porque evocaba una amplia gama de derechos humanos, derechos sociales, y una estructura de gobierno que pareciera que daba cabida a todos los grupos sociales del país.

En ese contexto, la potencias europeas estaban ya saliendo de la I guerra mundial, dando inicio a otras batallas menos sangrientas, pero en un grado de violencia sistemática, me refiero a la batalla económica en el contexto del libre mercado, y las batallas políticas internas en los países –México no es la excepción- y ya entre los bloques socialistas (URSS) y capitalistas (Europa-EUA).

Pero, ¿Eran autónomos entre si los conflictos económicos y políticos?, no lo creo, la historia nos ha demostrado que el Estado se encuentra supeditado a los interés del mercado, en un ambiente de libre mercado, lo que menos ocupa es un Estado unido, y mucho menos fuertes. Y claro, México no esta fuera del mercado o de los intereses de estos, y menos cuando son los liberales burgueses los que ya han tomado el poder del Estado mexicano.

La debilidad del Gobierno Mexicano, y del Estado en si, no permite llevar a cabo las grandes conquistas que se escribieron en el papel de la Constitución Política, mucho menos en un estado devastado por la revolución, y ya para ese tiempo amarrado económicamente a los Estados Unidos, país en el que se detono la crisis económica de 1929 que a la postre tendría que cambiar la concepción del actuar de los Estados-Nación para el rescate del capitalismo decayendo.

3.- ASCENSO DEL PRESIDENCIALISMO Y EL KEYNESIANISMO

El presidencialismo - algo muy diferente al sistema presidencial- se empieza a estructurar con la presidencia de Lázaro Cárdenas, cabe desatacar que no solo se estructura, si no que se institucionaliza, ya no queda pues en el personaje, sino en la institución del Presidente.

Hasta el año 1994, el presidencialismo mexicano fue de los mas solidos y poderosos del mundo, pero ¿Cómo se instituyó?, ¿Cual fue su razón para existir?, ¿Quién lo impulsó?.

La crisis de 1929, acarreó cambios cuantitativos y cualitativos en las dinámicas de la nación, un ejemplo es la migración de los campos a las ciudades de todo el mundo que se da en todo el mundo, donde en el periodo 1920-1940 Shanghái, Calcuta y Sao Paulo duplicaron su población, mientras que la Ciudad de México la triplico.

A la par del fortalecimiento del Presidencialismo con Cárdenas, también se da el impulso internacional al modelo Keynesiano y al Estado Benefactor como contratendencias a la fuerte crisis de 1929. Este modelo sin lugar a dudas le daba el papel primordial al Estado, y se ocupaba por consiguiente un estado fuerte, institucionalizado, y con las bases solidas para mantener la calma y el crecimiento, lo pudiera haber de forma democrática pero estrictamente ordenada (EUA-INGLATERRA) o en formas de autoritarios donde no hubiese otra opción.

América Latina, por su historia de conflictos sociales, dio vuelcos hacia dictaduras apoyadas externamente, en este apartado encontramos a Vargas en Brasil, el General Justo en Argentina, Alessandri en Chile, Luis M. Sánchez en Santo Domingo, Trujillo en Honduras, Tiburcio García en Honduras, Somoza en Panamá, Duvalier en Haití,  y México con su singular Dictadura Perfecta instaurada por Cárdenas.

Todos los régimen anteriormente nombrados tenían una constante, un denominador común, ser populistas, que en algún grado seria el embrión del Estado Benefactor,  pero se ha quedado claro, México comparte generalidades, pero tiene fuertes particularidades. Una de ellas es en si la dictadura perfecta, donde el  poder se traspasa sexenalmente.

4.-ÉXITO ECONOMICO LEGÍTIMA EL PRESIDENCIALISMO

Cárdenas a diferencia de sus pares latinoamericanos, fue el que mas intensamente adopto políticas sociales y económicas del Keynesianismo, para acrecentar el camino del mercado interior mediante políticas radicales.

  • Reanudo la repartición de tierras en los ejidos, repartiendo 20 millones de hectáreas que beneficiarían a 1 millón de familias. Una medida que contuvo la migración del campo a la ciudad.
  • Se desarrollo la industria para abastecer el mercado interno 
  • Mejoro los salarios como medida para incentivar la demanda y el consumo
  • Expropio a las empresas petroleras, para convertir al petróleo en palanca del desarrollo interno.



Las anteriores medidas socioeconómicas devenidas del Keynesianismo, sirvieron como soporte legitimador del sistema presidencial, en parte porque eso conllevo estabilidad política (mas adelante abordare ese tema) y crecimiento económico, el PIB que se había mantenido en la media de 2.5 de 1900 a 1937, después de ese año y hasta 1965 se mantiene en un crecimiento del 6.3% anual, algo considerable considerando que en América Latina en promedio creció 4.0%.

De igual forma el PIB per cápita, es el mas elevado de América desde 1941 hasta 1970, con el 3.3% de crecimiento anual. La tierra cultivable subió de 15 a 24 millones de Ha. de 1930 a 1960; en ese mismo periodo decrece el porcentaje de población dedicado a la agricultura, pasa del 65 al 52%, mientras que aumenta la dedicada a la industria del 13 al 20%. El 53% de las inversiones aplicadas al desarrollo económico son provenientes del estado.

No se puede negar que el modelo keynesiano aplicado en todo el mundo, fue fundamental para el desarrollo del país, y su pacificación política ante los hechos.

5.- EL PARTIDO, EL CORPORATIVISMO, BASE DEL PRESIDENCIALISMO

Como dije anteriormente, aplicar medidas legislativas y gubernamentales de alta envergadura necesarias para aplicar correctamente el modelo keynesiano, ocupaba de un país en tranquilidad política, con gobiernos estables que no sean depuestos cada mínimo tiempo y con la fuerza para aplicar las medidas de arriba hacia abajo sin mucha resistencia.

Tener el gobierno no bastaba, el presidente ocupaba herramientas para incrustar en la sociedad las políticas económicas que ya plantemos, esas dos herramientas lo eran EL PARTIDO, y las CORPORACIONES SINDICALES.

El partido fue necesario para pacificar bajo un discurso nacional y unitario a todas las fuerzas y facciones políticas devenidas de la Revolución, el partido también era indispensable para dar cabida a las transiciones sexenales en total calma, sin sorpresas, y claro, con una continuidad de las políticas económicas.

En ese PARTIDO, por su heterogeneidad, se encontraban aparentemente los intereses de toda la nación divididas en 3 grandes sectores: Popular, Campesino y Obrero.

Es en ese ultimo sector, en el obrero, donde mas ampliamente se da el corporativismo sindical, un tema primordial para la subsistencia del presidencialismo, dado que era el sector que mas rápidamente crecía y el que mas susceptible era a las ideas revolucionarias de los grupos políticos de izquierda, ideas a las cuales pertenecía su fundador Lombardo Toledano, quien fue depuesto en post de la nación y los intereses del presidente en turno.

6.-LAS INSTITUCIONES Y EL ESTADO BENEFACTOR

El cambio de nombre al partido hegemónico no es causal, ni fortuito. Cuando paso de ser Nacional Revolucionario, a Institucional Revolucionario, se dejo entrever el agotamiento de los objetivos gubernamentales.  La unión nacional ya se encontraba cimentada y firme, era entonces necesario crear las instituciones que serian el baluarte del Estado Mexicano, Las bases del Estado Benefactor Keynesiano y el factor de legitimación del presidencialismo, 3 acciones en una sola.

Las instituciones fueron creadas entre 1935 y 1950. En ese periodo nacen instituciones educativas como las Escuelas Técnicas y el Politécnico Nacional necesarias para la capacitación de la fuerza laboral para el fortalecimiento del mercado interno; nacen el IMSS y el ISSSTE para brindar salud a esa fuerza laboral, y además para “hacer rendir” mas el salario para el consumo; nacen la CFE, PEMEX, LYC necesarios para la industrialización; y en si nacen las instituciones políticas del Estado Mexicano.

A la par de las instituciones, también se implementan los programas sociales de largo alcance, programas que no eran otra cosa que el subsidio por parte del estado a los salarios de la clase trabajadora, es decir, el Estado aportaba en especie la parte del salario que no aportaba el patrón.

7.- LAS FALLAS DEL SISTEMA ECONÓMICO Y SU CONSECUENCIA PARA EL RÉGIMEN POLÍTICO.

Algunos historiadores marcan la fecha de 1968 como el inicio de declive paulatino del régimen priista, que culminaría en con los acontecimientos de 1988, 1994 y 2000. Pero, ¿Por qué protestaban los estudiantes de 1968?.

El llamado Estado Benefactor, no eran tan benefactor como su nombre lo ilustraba. Aun con los programas sociales, o los aumentos paulatinos de sueldo, la desigualdad seguía prevaleciendo, en la década de los 60s el 26% del PIB se centraba en el 10% de la población de clase alta; el 56% del PIB era del 40% de la población clase mediera, mientras que el 30% de la población clase baja solo recibía el 12% del PIB.

Soló el 9% de los jóvenes de 10 a 18 años estudiaba, mientras que soló 116,171 jóvenes de 18 a 24 años cursaban la universidad. El 35% de la población no tenia ningún tipo de instrucción, el 13% solo había terminado la primera, el 3% solo la secundaria, mientras que el 1.5% llego a nivel superior; el 30% de las mujeres mayores de 15 años eran analfabetas, mientras que el 22% de los hombres se encontraban en esa situación. La minoría de población tenia radio y/ televisión; mientras que servicios como el drenaje y el agua potable era extremadamente carentes.

Esas desigualdades fueron causantes de las protestas de los años 60s, no solo de los estudiantes, si no también de gremios como los ferrocarrileros o los médicos, tanto unos como otros fueron violentamente reprimidos por el estado. Pero las desigualdades no solo se tradujeron en movientes sociales, sino también en movimientos guerrilleros insurreccionales que brotaron por todo el país en los años 70s y 80s.

8.- EL PRESIDENCIALISMO Y EL SISTEMA NEOLIBERAL

El keynesianismo murió en la década de los 80s, ese modelo fue sustituido por el neoliberalismo, implantado en México en 1982. El neoliberalismo a diferencia del Keynesianismo plantea la desmantelarían del Estado, y la partición mínima de esté en las cuestiones económicas.

El Estado Mexicano obediente a los mandatos internacionales, inicia una sistematica desmantelización del aparato económico, mas no del político que ya estaba mas que enraizado en la sociedad mexicana. Pero ¿se pueden sostener el uno sin el otro?.

El Neoliberalismo no solo necesita la mínima intervención del Estado, sino también la debilitación de esté por medio de pugnas internas que no le permita ocuparse de las cuestiones económicas, cuestiones que interviene todos los ámbitos.

Por eso no es de extrañarse que en la década de los 90s el FMI, el BM y la OCDE dieran amplio impulso a las democracias y a las asociaciones civiles, para desmembrar esos aparatos como el presidencialismo mexicano que pudieran anteponer sus intereses políticos a los intereses económico externos.

9. CONCLUSIONES.

El sistema político mexicano, como cualquier otro sistema de cualquier otro país, tiene peculiaridades que lo caracterizan, peculiaridades provenientes de su historia y del contexto, pero eso no mina la influencia del exterior.

México fue de los pocos países que crecieron con mayor rapidez y constancia durante el apogeo del keynesianismo, posiblemente esto se da por esa peculiaridad de nuestro sistema llamada presidencialismo. Muy probablemente sin ese poder central y esa unidad nacional en torno al partido no se hubiesen podido implantar adecuadamente las medidas de Keynes y el New Deal.

También, cabe la posibilidad que el estancamiento posterior del país, principalmente dado de 1982 hasta nuestra actualidad, es la lentitud como Estado de adaptarse a las nuevas complejidades del contexto internacional, el presidencialismo nos hizo, nos forzó a ser un mejor país, pero a la postre nos hundió en el atraso y la desigualdad.

Y todavía hoy, nos seguimos preguntando si realmente murió ese poder central, yo soy de la idea que no.

10.- BIBLIOGRAFIA

- Procacci, Giuliano. “Historia general del SIGLO XX”. Capitulo 11.3 “La gran depresión en la periferia”, 2° edición, Editorial de Critica, España, 2005.
- Procacci, Giuliano. “Historia general del SIGLO XX”. Capitulo 10 “América Latina en los años 20s”, 2° edición, Editorial de Critica, España, 2005.
- Meyer, Lorenzo. “Liberalismo autoritario, las contradicciones del sistema político mexicano”, 1er edición, Editorial Océano, México, 1995.
- Cosío Villegas, Daniel. “El sistema político mexicano”. Capitulo 2 “Las 2 piezas centrales”, 12ava edición, Editorial Joaquín Mortiz, México, 1979.
- Cosío Villegas, Daniel. “El sistema político mexicano”. Capitulo 2 “El saldo negativo”, 12ava edición, Editorial Joaquín Mortiz, México, 1979.
- Loaeza, Soledad. “La construcción de un país moderno” (copias de hojas)
- Carbonell, José. “capitulo II "el sistema político mexicano: la etapa clásica”” (pdf)
-Capitulo II: orden versus anarquía: la reconstrucción del estado mexicano y la formación del régimen posrevolucionario



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